El barrio que hoy llamamos de Las Letras, en la época de Cervantes se llamó de Las Musas pues era la zona de Madrid predilecta para vivir de los escritores, actores y actrices del siglo XVII. Sabemos que Miguel de Cervantes habitó en Madrid en distintas ubicaciones. En 1567 ya era vecino de esta ciudad y asistía a las clases del Estudio de la Villa cuyo director era el maestro Juan López de Hoyos.
En 1608 Cervantes regresó de nuevo a Madrid tras su estancia en Valladolid donde se había establecido durante seis años siguiendo a la corte de Felipe III, esa época oscura en que Madrid perdió la capitalidad por las artimañas del Duque de Lerma, precursor de corruptelas sin fin que hoy podría ser el patrón de la Gurtel y demás tramas que han asolado nuestro país desde antiguo. Se estableció en el barrio de Atocha; allí vivió en febrero de ese mismo año. En 1609 se mudó a la calle de la Magdalena y después a la calle del León, (antes calle del Mentidero). En 1612 se muda a la calle de las Huertas,después a la plazuela de Matute para posteriormente volver a la calle del León, esquina con la calle de Francos. En esta casa murió Cervantes.
Muere en 1616, y su último deseo fue ser enterrado en la cripta de la iglesia de San Ildefonso del convento de las monjas Trinitarias. Cervantes tenía muy presente a la orden de los Trinitarios, los religiosos de esta orden recaudaron fondos e hicieron de intermediarios para su liberación cuando estuvo preso en Argel. Una hija suya, además, había profesado como religiosa en dicho convento. Aquí es donde casi 400 años después parece que se han encontrado sus restos.
En 1833, el propietario, Luis Franco, decidió demoler la casa, para edificar una de nueva planta. El 23 de abril de ese mismo año, Ramón de Mesonero Romanos escribió en el único periódico literario de la época (La Revista Española) un articulo en memoria de Cervantes y refiriéndose al derribo. El artículo llegó a conocimiento del rey Fernando VII quien propuso que se suspendieran las obras y que el Estado comprase el inmueble. Pero Luis Franco no cejó en su empeño y la casa fue derribada. Terminada la obra, con una nueva entrada, ya no por la calle del León sino por la de Francos, se colocó en la fachada un relieve con el busto de Cervantes y una inscripción recordando su estancia y muerte en aquel lugar.
No mucho tiempo después se cambió el nombre de la calle de Francos por el actual de calle de Cervantes.
Un abrazo.
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