La Casa de las Flores es el nombre que recibe una manzana del barrio de Argüelles, en la calle Rodríguez San Pedro. Se llama así ya que su arquitecto, el bilbaíno Secundino Zuazo, diseñó el edificio pensando que todos sus vecinos pudieran colocar elementos vegetales para su decoración. Pablo Neruda, que residió aquí algún tiempo, dijo de ella que la llamaban la Casa de las Flores y así se quedó con el nombre por el que hoy la conocemos.
Hay un acuerdo bastante amplio en que este edificio encarna el ejemplo más sobresaliente del empeño residencial de la arquitectura moderna madrileña de la primera mitad del siglo XX por conseguir un urbanismo más útil y saludable para las personas que residirán en esas viviendas.
La II República se volcó en realizar colegios y centros asistenciales y sociales; en lo residencial colectivo, esta es la obra más conseguida. Querían que sirviera de modelo para una ciudad nueva e higiénica que hiciera de la luz y de la buena ventilación, de la terraza y el jardín, su seña de identidad.
En la Guerra Civil, sufrió muchos daños, pero se reconstruyó y hoy se conserva intacta y protegida por su interés artístico.
A principios de los años 30, cuando se levantó la Casa, la arquitectura burguesa madrileña seguía edificando en lo que se llamaba el Ensanche (barrios de Salamanca, Argüelles y Embajadores) casas ostentosas en su fachada y poco higiénicas en su interior, con la mayor parte de las habitaciones dando a patios angostos y oscuros.
Las grandes manzanas rectangulares, que Castro había definido en su plan de ensanche de Madrid del año 1860, se construían adosando edificios entre medianeras, que ocupaban estrechas parcelas, con poca fachada y mucho fondo. El resultado eran casas de largos pasillos con habitaciones que daban a sucesivos patios interiores.
La idea de Zuazo, llegaba cargada de futuro. La intención, cambiar la ciudad, asumiendo las ideas más modernas y transformadoras de la disciplina arquitectónica que llegaban de Amsterdam y de Viena
Para muchos, la Casa de las Flores trasciende su carácter de edificio residencial y se ha convertido en un monumento a la racionalidad y a la ética arquitectónica. Un compromiso urbanístico, una nueva manera de construir la ciudad, con jardines, viviendas higiénicas, y que valora la calle como espacio colectivo. Ideas que siguen siendo innovadoras hoy, pasado más de 80 años de su construcción.
También en lo arquitectónico y formal se apuesta por la sencillez. Para las fachadas emplea un material como el ladrillo, al mismo tiempo barato y estético, anclado en la arquitectura popular y también en los edificios neomudéjares tan frecuentes en la arquitectura madrileña.
Un ejemplo histórico que sigue vivo y mostrando que siempre hay otras posibilidades de crear ciudad.
Un abrazo.
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